lunes, 25 de marzo de 2013

LA PARABOLA DE LA ROSA

Un hombre plantó una rosa y trabajó regándola constantemente.




Antes que de ella apareciese algún indicio, el la examinó y vió el botón que en breve abriría, mas notó espinas sobre el tallo y pensó,



"Como puede una flor tan bella venir de una planta rodeada de espinas tan

afiladas?"



Entristecido por este pensamiento, el se negó a regar la rosa y antes de estar pronta para abrir, ella murió.



Así sucede con muchas personas.



Dentro de cada alma hay una rosa:



Son las cualidades dadas por Dios.



Dentro de cada alma tenemos también las espinas:



Solo que falta que aparezcan nuestras rosas.



Muchos de nosotros nos miramos y vemos solo las espinas, los defectos.



Nosotros nos desesperamos, pensando que nada de bueno puede venir de nuestro interior.



Nos negamos a regar a cultivar dentro nuestro, y consecuentemente, eso muere.



Nunca percibimos nuestro gran potencial.



Algunas personas no ven la rosa dentro de ellas mismas.



Por lo tanto alguien más debe mostrárselas.



Uno de los mayores dones que una persona puede poseer o compartir es ser

capaz de pasar por las espinas y encontrar la rosa dentro de otras

personas.



Esta es la característica del amor.



Mirar una persona y conocer sus verdaderas faltas.



Aceptar a aquella persona en su vida, en cuanto reconoce la belleza en su alma

y ayudarla a percibir que ella puede superar sus aparentes imperfecciones.



Si nosotros mostrarmos a esas personas la rosa que está creciendo en su interior, ellas superarán sus próprias

espinas.



Solo así ellas podrán ver abrirse sus rosas, muchas veces.

lunes, 18 de marzo de 2013

Un muchacho

Un muchacho entró con paso firme a la joyería y pidió que le mostraran el mejor anillo de compromiso que tuvieran. El joyero le mostró una hermosa piedra solitaria que brillaba como un pequeño sol resplandeciente. El muchacho contempló el anillo, preguntó el precio y con una sonrisa se dispuso a pagarlo.


-¿Se va usted a casar pronto? Preguntó el joyero.

-¡No!, respondió el muchacho, ni siquiera tengo novia.

Es para mi mamá, dijo el muchacho. Cuando yo iba a nacer estuvo sola; alguien le aconsejó que se hiciera un aborto, así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me regaló la vida que hoy puedo disfrutar. Fue padre y madre. Amiga, hermana y maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa de que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella.

El joyero, sorprendido, no dijo nada. Solamente ordenó a su cajera que hiciera al joven el descuento especial que sólo se hace a los clientes importantes.

Reflexión:

Tenemos casas más grandes, pero familias más chicas.

Tenemos más compromisos, pero menos tiempo.

Tenemos más medicinas, pero menos salud.

Hemos multiplicado nuestras fortunas, pero interiormente estamos vacíos.

Hablamos mucho, amamos poco y odiamos demasiado.

Hemos llegado a la luna y regresamos, pero tenemos problemas para cruzar la calle y conocer a nuestro vecino.

Hemos conquistado el espacio exterior pero no el interior.

Tenemos mayores ingresos, pero menos moral y felicidad.

Estos son tiempos con más libertad, pero menos alegría.

Con más comida, pero menos nutrición.

Son días en los que llegan dos sueldos a casa, pero aumentan los divorcios.

Son tiempos de casas más lindas, pero más hogares rotos.

Por eso, siéntate en la terraza y admira la vista sin fijarte en las malas hierbas; pasa más tiempo con tu familia y con tus amigos en el campo, en la playa; come tu comida preferida; visita los sitios que te gustan.

La vida es una sucesión de momentos para disfrutar, no es sólo para sobrevivir.

Escribamos aquella carta que pensábamos escribir.

Digamos hoy a nuestros familiares y amigos cuánto los queremos.

No retrases nada que agregue alegría y felicidad a tu vida.

Cada día, hora y minuto pueden ser especiales.

lunes, 11 de marzo de 2013

EL TENEDOR

Había una mujer que había sido diagnosticada con una enfermedad incurable y a la que le habían dado sólo tres meses de vida. Así que empezó a poner sus cosas “en orden”. Contactó a su sacerdote y lo citó en su casa para discutir algunos aspectos de su última voluntad. Le dijo qué canciones quería que se cantaran en su funeral, qué lecturas hacer y con qué traje deseaba ser enterrada.


La mujer también solicitó ser enterrada con su Biblia favorita. Todo estaba en orden y el sacerdote se estaba preparando para irse cuando la mujer recordó algún muy importante para ella. Hay algo más, dijo ella exaltada. Qué es?, preguntó el sacerdote. Esto es muy importante, continuó la mujer. Quiero ser enterrada con un tenedor en mi mano derecha.

El sacerdote quedó impávido mirando a la mujer, sin saber exactamente qué decir. Eso lo sorprende o no? preguntó la mujer Bueno, para ser honesto, estoy intrigado con la solicitud, dijo el sacerdote. La mujer explicó: En todos los años que he asistido a eventos sociales y cenas de compromiso, siempre recuerdo que cuando se retiraban los platos del platillo principal, alguien inevitablemente se agachaba y decía, “Quédate con tu tenedor”. Era mi parte favorita porque sabía que algo mejor estaba por venir… como pastel de chocolate o pastel de manzana.

Algo maravilloso y sustancioso! Así que quiero que la gente me vea dentro de mi ataúd con un tenedor en mi mano y quiero que se pregunten: “Qué onda con el tenedor?” Después quiero que usted les diga: “Se quedó con su tenedor porque lo mejor está por venir.”

Los ojos del sacerdote se llenaron de lágrimas de alegría mientras abrazaba a la mujer despidiéndose. El sabía que esta sería una de las últimas veces que la vería antes de su muerte. Pero también sabía que la mujer tenía un mejor concepto de la esperanza cristiana que él mismo.

Ella sabía que algo mejor estaba por venir. Durante el funeral, la gente pasaba por el ataúd de la mujer y veían el precioso vestido que llevaba, su Biblia favorita y el tenedor puesto en su mano derecha. Una y otra vez el sacerdote escuchó la pregunta: “Qué onda con el tenedor?”. Y una y otra vez sonrió.

Durante su mensaje, el sacerdote le platicó a las personas la conversación que había tenido con la mujer poco tiempo antes de morir. También les habló acerca del tenedor y qué era lo que significaba para ella.

El sacerdote les dijo a las personas cómo él no podía dejar de pensar en el tenedor y también que probablemente ellos tampoco podrían dejar de pensar en él. Estaba en lo correcto. Así que, la próxima vez que tomes en tus manos un tenedor, déjalo recordarte que lo mejor está aún por venir…

sábado, 9 de marzo de 2013

EL TENEDOR


Había una mujer que había sido diagnosticada con una enfermedad incurable y a la que le habían dado sólo tres meses de vida. Así que empezó a poner sus cosas “en orden”. Contactó a su sacerdote y lo citó en su casa para discutir algunos aspectos de su última voluntad. Le dijo qué canciones quería que se cantaran en su funeral, qué lecturas hacer y con qué traje deseaba ser enterrada.

La mujer también solicitó ser enterrada con su Biblia favorita. Todo estaba en orden y el sacerdote se estaba preparando para irse cuando la mujer recordó algún muy importante para ella. – Hay algo más, dijo ella exaltada. – Qué es?, preguntó el sacerdote. – Esto es muy importante, continuó la mujer. Quiero ser enterrada con un tenedor en mi mano derecha.

El sacerdote quedó impávido mirando a la mujer, sin saber exactamente qué decir. – Eso lo sorprende o no? preguntó la mujer – Bueno, para ser honesto, estoy intrigado con la solicitud, dijo el sacerdote. La mujer explicó: – En todos los años que he asistido a eventos sociales y cenas de compromiso, siempre recuerdo que cuando se retiraban los platos del platillo principal, alguien inevitablemente se agachaba y decía, “Quédate con tu tenedor”. Era mi parte favorita porque sabía que algo mejor estaba por venir… como pastel de chocolate o pastel de manzana.

Algo maravilloso y sustancioso! Así que quiero que la gente me vea dentro de mi ataúd con un tenedor en mi mano y quiero que se pregunten: “Qué onda con el tenedor?” Después quiero que usted les diga: “Se quedó con su tenedor porque lo mejor está por venir.”

Los ojos del sacerdote se llenaron de lágrimas de alegría mientras abrazaba a la mujer despidiéndose. El sabía que esta sería una de las últimas veces que la vería antes de su muerte. Pero también sabía que la mujer tenía un mejor concepto de la esperanza cristiana que él mismo.

Ella sabía que algo mejor estaba por venir. Durante el funeral, la gente pasaba por el ataúd de la mujer y veían el precioso vestido que llevaba, su Biblia favorita y el tenedor puesto en su mano derecha. Una y otra vez el sacerdote escuchó la pregunta: “Qué onda con el tenedor?”. Y una y otra vez sonrió.

Durante su mensaje, el sacerdote le platicó a las personas la conversación que había tenido con la mujer poco tiempo antes de morir. También les habló acerca del tenedor y qué era lo que significaba para ella.

El sacerdote les dijo a las personas cómo él no podía dejar de pensar en el tenedor y también que probablemente ellos tampoco podrían dejar de pensar en él. Estaba en lo correcto. Así que, la próxima vez que tomes en tus manos un tenedor, déjalo recordarte que lo mejor está aún por venir…

 

martes, 5 de marzo de 2013

¿Cuanto vale tu tiempo?


La noche ya había caído. Sin embargo, un pequeño hacía grandes esfuerzo par ano quedarse dormido; el motivo bien valía la pena: estaba esperando a su papá.

Los traviesos ojos iban cayendo pesadamente. Cuando se abrió la puerta, el niño se incorporó, como impulsado por un resorte, y soltó la pregunta que lo tenía tan inquieto:

-Papi, ¿cuánto ganas por hora? –dijo con los ojos muy abiertos.

El padre, molesto y cansado, fue tajante en su respuesta:

-Mira hijo, eso ni siquiera tu madre lo sabe, no me molestes y vuelve a dormir, que ya es muy tarde.

- Sí papa, sólo dime cuánto te pagan por una hora de trabajo.

Tenso, el padre apenas abrió la boca para decir:

-Cuarenta pesos.

-Papá, ¿podrías prestarme veinte pesos?, preguntó el pequeño.

El padre se enfureció, tomó al pequeño del brazo y con tono brusco le dijo:

- Así es que para eso quería saber cuánto gano, ¿no? ¡vete a dormir y no digas fastidiando, avaricioso egoísta!.

El niño se alejó tímidamente, y el padre, al meditar lo sucedido, comenzó a sentirse culpable: tal vez necesita algo, pensó; y queriendo descargar su conciencia, se asomó a la habitación de su hijo y con voz suave le preguntó:

-¿duermes, hijo?.

-Dime, papi –respondió entre sueños.

-Aquí tienes el dinero que me pediste.

-Gracias papi –susurró el niño mientras metía su manita debajo de la almohada, de donde sacó unos billetes arrugados-. ¡Ya lo tengo, lo conseguí! –gritó jubiloso-; ¡tengo cuarenta pesos!. Ahora papá, ¿podrías venderme una hora de tu tiempo.

-¿Cómo gestiono mi tiempo?

-¿Es realmente mi escucha un regalo para quienes la necesitan…

o me vendo caro?

-¿A quién podría yo prestar más atención?.

-¿Me siento escuchado? ¿Me “narro” para dejarme escuchar yo mismo?