martes, 18 de junio de 2013

El amor de un padre

El día que mi hija nació, sinceramente, no sentí gran alegría. ¡Yo quería un niño! En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de mi Andreita y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante. Fue entonces cuando empecé a amarla con locura. Su carita y su mirada no se apartaban ni por un instante de mis pensamientos, la veía en cada niña, todo mi mundo, era ella.


Una tarde, mi familia y la de mi amigo Raúl fuimos de picnic a la orilla de un río que había muy cerca de casa. De pronto la niña preguntó a su padre:

Papi, cuando cumpla quince años ¿Cuál será mi regalo?

Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿No te parece que todavía falta mucho para que cumplas los quince?.

Bueno papito, tu siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.

Todos reímos con la ocurrencia de Andreita y seguimos disfrutando del picnic y hablando de otras cosas.

Pasó el tiempo y una mañana me encontré con Raúl frente al colegio donde estudiaba mi hija, que ya tenía catorce años. Le comenté con gran orgullo las excelentes calificaciones y los conmovedores comentarios que le habían escrito sus profesores.

Andreita ocupaba toda la alegría de la casa, en la mente, en el corazón de la familia, y especialmente en el de su papá.

Fue un domingo muy temprano que nos dirigíamos a la iglesia, cuando Andreita tropezó con algo, eso creíamos todos, y dio un traspié, su papá la sujetó de inmediato para que no cayera. Pero ya instalados en la iglesia, vimos cómo Andreita fue cayendo lentamente sobre el banco y perdió el conocimiento. La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi para llevarla al hospital; Andreita estuvo en coma durante diez días y fue entonces cuando le informaron a Oscar que su hija padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón. Le dijeron que no era algo definitivo, y que debían esperar a practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.

Los días iban pasando, Oscar renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de Andreita. Una mañana Oscar se encontraba al lado de su hija, cuando ella le preguntó:

¿Voy a morir, verdad? ¿Qué te dijeron los médicos?

No mi amor, no vas a morir, Dios que es tan bueno no permitirá que pierda lo que más amo en mi vida, respondió el padre.

Cuando alguien muere, ¿adonde va? Desde donde esté ¿podrá ver a su familia? ¿Sabes si se puede regresar? ... Preguntaba Andreita.

Bueno hija... en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo, pero si yo muriera, no te dejaría sola, estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo, si hiciera falta utilizaría el viento para venir a verte.

Y cómo lo harías?

No tengo la menor idea hijita, sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo, cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.

Ese mismo día por la tarde, llamaron a Oscar, la situación era grave, su hija se estaba muriendo y necesitaban un corazón urgentemente, pues el de ella no resistiría más de quince o veinte días.

¿De donde sacar un corazón? ¿Como conseguir uno?.

Ese mismo mes, Andreita cumpliría quince años. Y por fin, ocurrió lo que parecía imposible, fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante, una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar.

El domingo Andreita ya estaba operada, todo salió como los médicos habían planeado. ¡Éxito total!
Sin embargo, Oscar no había vuelto por el hospital y Andreita lo extrañaba muchísimo, su mamá le decía que todo estaba bien y que su papá estaba trabajando para sostener la familia.
Andreita permaneció en el hospital durante quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte, y así lo hicieron.

Precisamente el día de su cumpleaños, le dieron el alta médica, Andreita estaba feliz e ilusionada. Al llegar a casa todos se sentaron en el sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre: "Andreita, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta, ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuanto tenías diez añitos y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por mi hija... Te regalo mi corazón, mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras. ¡¡Vive hija!! ¡¡Te amo con todo mi corazón!!"

Andreita lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá; lloró como nadie lo ha hecho y susurró: “Papá, ahora puedo comprender cuánto me amabas. Yo también te amaba y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo la importancia de decir "TE AMO", perdóname por haber guardado silencio tantas veces".

En ese instante las copas de los árboles se mecieron suavemente, cayeron algunas hojas y una suave brisa acarició las mejillas de Andreita, ella entre sollozos, sonrió, alzó la mirada al cielo, secó las lagrimas de su rostro, se levantó y emprendió regreso a su hogar.

FELIZ DIA DEL PADRE

sábado, 1 de junio de 2013

SOLO LAS MADRES SABEMOS QUE ES ASI

Un día fui a sacar el registro de conducir y la oficial que tomaba los datos, me pregunto cuál era mi ocupación. No supe cómo etiquetar mi trabajo de "madre" y qué responder. Al percatarse de esto la oficial que tomaba los datos le dijo "A lo que me refiero es a si trabaja usted o es simplemente una mamá?". Claro que tengo un trabajo, le contesté, soy una ama de casa." A lo que la oficial respondió, "No ponemos mamá como opción, vamos a ponerle ama de casa." Fue la respuesta enfática de la oficial. Había olvidado por completo esta historia hasta que un día me pasó exactamente lo mismo, solo que esta vez, en otra oficina. La funcionaria era obviamente una mujer de carrera, eficiente, de mucha postura y tenía un título muy despampanante que decía "Interrogadora Oficial". "Cuál es su ocupación?", me preguntó ella. ¿Qué me hizo contestarle lo que le dije?, no lo sé, pero las palabras simplemente salieron de mi boca: "Soy una Investigadora Asociada en el campo del Desarrollo Infantil y Relaciones Humanas." La funcionaria se detuvo, el bolígrafo quedó congelado en el aire y me miró como si no hubiese escuchado bien. Repetí el título lentamente, poniendo énfasis en las palabras más importantes. Luego, observé asombrada cómo mi pomposo anuncio era escrito en tinta negra en el cuestionario oficial. "Me permite preguntarle", dijo la funcionaria, con un aire de interés,"¿qué es exactamente lo que hace usted en este campo de investigación?" Con una voz muy calmada y pausada me escuché decir: "Tengo un programa continuo de investigación (¿que madre no lo tiene?) en el laboratorio y de campo (normalmente me hubiera referido a lo anterior como adentro y afuera). Estoy trabajando para mi maestría (la familia completa) y ya tengo cuatro créditos (todas mis hijas). Por supuesto que el trabajo es uno de los que mayor demanda tiene en el campo de humanidades (¿alguna madre está en desacuerdo?) y usualmente trabajo 14 horas diarias (en realidad son más, como 24). Pero el trabajo tiene muchos más retos que cualquier trabajo sencillo y, las remuneraciones más que económicas están ligadas al área de la satisfacción personal." Se podía sentir una creciente nota de respeto en la voz de la funcionaria mientras completaba el formulario. Una vez terminado el proceso, se levantó de la silla y personalmente me acompañó a la puerta. Al llegar a casa, emocionada por mi nueva carrera profesional, salieron a recibirme tres de mis asociadas al laboratorio, de 13, 7 y 3 años de edad. Arriba podía escuchar a nuestro nuevo modelo experimental, en el programa de desarrollo infantil (de 6 meses de edad), probando un nuevo programa de patrón en vocalización. ¡Me sentí triunfante! ¡Le había ganado a la burocracia! Había entrado en los registros oficiales como una persona más distinguida e indispensable para la humanidad que solo "una madre más". La maternidad!..., que carrera más gloriosa, especialmente, cuando tiene un título en la puerta. Lee esto a otra madre que conozcas ya sea, que se quede en casa o a una madre que tenga una profesión. Todas deben llevar este título.