martes, 5 de marzo de 2013
¿Cuanto vale tu tiempo?
La noche ya había caído. Sin embargo, un pequeño hacía grandes esfuerzo par ano quedarse dormido; el motivo bien valía la pena: estaba esperando a su papá.
Los traviesos ojos iban cayendo pesadamente. Cuando se abrió la puerta, el niño se incorporó, como impulsado por un resorte, y soltó la pregunta que lo tenía tan inquieto:
-Papi, ¿cuánto ganas por hora? –dijo con los ojos muy abiertos.
El padre, molesto y cansado, fue tajante en su respuesta:
-Mira hijo, eso ni siquiera tu madre lo sabe, no me molestes y vuelve a dormir, que ya es muy tarde.
- Sí papa, sólo dime cuánto te pagan por una hora de trabajo.
Tenso, el padre apenas abrió la boca para decir:
-Cuarenta pesos.
-Papá, ¿podrías prestarme veinte pesos?, preguntó el pequeño.
El padre se enfureció, tomó al pequeño del brazo y con tono brusco le dijo:
- Así es que para eso quería saber cuánto gano, ¿no? ¡vete a dormir y no digas fastidiando, avaricioso egoísta!.
El niño se alejó tímidamente, y el padre, al meditar lo sucedido, comenzó a sentirse culpable: tal vez necesita algo, pensó; y queriendo descargar su conciencia, se asomó a la habitación de su hijo y con voz suave le preguntó:
-¿duermes, hijo?.
-Dime, papi –respondió entre sueños.
-Aquí tienes el dinero que me pediste.
-Gracias papi –susurró el niño mientras metía su manita debajo de la almohada, de donde sacó unos billetes arrugados-. ¡Ya lo tengo, lo conseguí! –gritó jubiloso-; ¡tengo cuarenta pesos!. Ahora papá, ¿podrías venderme una hora de tu tiempo.
-¿Cómo gestiono mi tiempo?
-¿Es realmente mi escucha un regalo para quienes la necesitan…
o me vendo caro?
-¿A quién podría yo prestar más atención?.
-¿Me siento escuchado? ¿Me “narro” para dejarme escuchar yo mismo?
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